Gilberto LAVENANT
El evento, en el que el gobernador panista, Francisco Vega de la Madrid, asistió
como invitado de honor, al desayuno sabatino del grupo político priísta Jesús Reyes Heróles, que encabeza Francisco de la Madrid Romandía, ha
generado una polémica de pronóstico reservado. El columnista lo refirió como La modernidad política.
El columnista ha estado recibiendo, a través de los medios
digitales, observaciones, comentarios y críticas, a favor y en contra, respecto
a este tema. Muchos, ajenos a las cuestiones partidistas, aplauden el hecho y
se pronuncian a favor de la modernidad política, traducida o entendida como la
posibilidad de que los políticos puedan relacionarse, al margen de los
intereses e ideologías de las organizaciones políticas a las que pertenecen. Se
dice fácil, pero no lo es.
Los factores que hicieron posible el establecimiento del
llamado Pacto por México, no fue precisamente porque las tres organizaciones
políticas participantes, PRI, PAN y PRD, hayan coincidido en la necesidad de
encontrar condiciones que permitan mejores niveles de vida para los mexicanos.
No, los dirigentes de cada una, tenía como objetivo apuntalar sus respectivos
proyectos políticos.
Si bien es cierto que el priísmo, representado por el
Presidente Enrique Peña Nieto, planteó dicho pacto, para poder lograr las
llamadas reformas estructurales, y las mismas fueron promovidas como necesarias
para abatir el desempleo y las condiciones de pobreza de muchos mexicanos, el
objetivo máximo es, luego de haber recuperado la Presidencia de la República,
conservar el poder presidencial, al concluir el presente sexenio.
Por su parte, PAN y PRD, fueron seducidos por la idea de
supervivencia. Ambos estaban al punto de la extinción y pactaron, en un
desesperado intento por salir del estado deprimido en que se encontraban. Hoy,
se ven en mejores condiciones, que luego de la derrota en los comicios
presidenciales del 2012. Dicho en otras palabras, lograron sus objetivos.
Pero eso no es modernidad política. Las reformas
estructurales, fueron negociadas, no consensuadas. Una vez que sean aprobadas
las reformas a las correspondientes leyes secundarias, ya no habrá necesidad de
nuevos pactos. De antemano se advierte que la contienda presidencial en el
2018, será entre la Morena, de López
Obrador, y el PRI.
Pero volvamos al origen de la polémica. Los partidos
políticos, en especial los de carácter nacional, tienen una estructura de
mandos y representaciones, nacionales, estatales y municipales, a los que deben
estar sometidos quienes estén afiliados a los mismos, sea en lo individual o
como grupos.
Nadie, como individuo o como parte de un grupo, afiliado o
adherido a determinado partido, bajo el supuesto de la llamada modernidad
política, puede establecer compromisos, pactos o relaciones, con individuos o
grupos de otros partidos políticos, so pena de que se les acuse de traidores.
En todos los casos, deben respetar los lineamientos de las dirigencias o
solicitar la anuencia de estas, para hacer o dejar de hacer cosas, que
comprometan al partido al que pertenecen.
Puede un individuo o grupo político, reunirse con
funcionarios públicos de filiación política distinta, pero bajo reglas de
austeridad, formalidad, institucionalidad, sean para plantear problemas de
urgente solución, crónicos o esenciales, y el funcionario atenderlos en
términos similares. Si rebasan esas líneas, pueden incurrir en lo que podría
llamarse relaciones indecorosas o pecaminosas. Nada de besitos y arrumacos.
En lo individual, no es lo mismo tener una entrevista de
trabajo, entre dos personas de partidos distintos, para exponer o escuchar,
para discutir o simplemente analizar, que aprovechando el acercamiento, uno, o
ambos personajes, sean hombre y mujer, o dos individuos del mismo sexo, lleguen
a flirtear, coquetear, seducir o incluso intimar.
No guardar las composturas, hacer a un lado la formalidad e
institucionalidad, hace sospechar negociaciones perversas, ilícitas o
pecaminosas. Es más, se corre el riesgo de recibir severos extrañamientos, de
parte de las dirigencias partidistas. Simplemente, se es, o no se es. Las
definiciones, tanto en cuanto a la sexualidad, como en lo político, son
básicas, elementales, imprescindibles.
En esa condición, de indefinidos, quedan aquellos individuos
que buscan o acceden integrarse a equipos de gobernantes de filiación
partidista, ajena a la del partido al que pertenecen. Con todo y que se aferren
o cubran con la bandera de la pluralidad política y a posturas supuestamente
democráticas.
Las indefiniciones, e incluso la falta de moralidad y ética
política, dan lugar al surgimiento de políticos chaqueteros, o camaleónicos, que cambian los colores o siglas de la
camiseta, según las circunstancias. Los llamados chambistas, oportunistas,
arribistas, traidores. Hoy son rojos, mañana son azules o amarillos.
Estas conductas, y eventos polémicos, llaman poderosamente
la atención en Baja California, porque se da casi como un hecho que en los
comicios del 2013, hubo acuerdos entre una fracción de priístas con panistas,
para impedir que el candidato del PRI, Fernando
Castro Trenti, lograra la gubernatura estatal y por lo tanto ganara el
panista Kiko Vega.
Los castrotrentistas, acusan a los hankistas, de haber
propiciado la derrota de Castro Trenti
y advierten que la presencia de allegados de Hank en la administración de Kiko
Vega, son pruebas de la traición.
Delicado para los priístas, que a poco de iniciar el proceso
de renovación de dirigencias partidistas, con miras hacia los comicios del
2015, además de que persistirá la fractura que tiene al PRI bajacaliforniano,
dividido en dos fracciones, argumentando modernidad política, incurran en actos
de pluralidad, con visos de indefiniciones o de traiciones. De ahí la polémica.