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De la fundación Maestro Fernando Gutiérrez, para los niños pobres y desmadrozos de barrios.



*Toda una generación de hombres que ahora se pueden describir con un anuncio clasificado
*Todavía no perdía la inocencia a pesar que ya había comulgado ostias rosadas y ya jugaba con los pétalos de la flor de fuego, con su cáliz.
 

Bernardo de Jesús Saldaña Téllez
Sociólogo, escritor, poeta maldito

30 de Abril de 2016.
 
Entonces vi correr a Miguel “El Piojo” Herrera, por toda la banda izquierda y con el balón pegado a su zapato rojo, cuando todos los zapatos de fut eran negros. Lo vi desde la primera fila del estadio Neza, lo vi arrancar desde antes del medio campo y hasta la altura de donde se dispara un tiro de esquina, lo vi adelantarse con pose parecida a Maradona.
“El Piojo” Herrera era travieso y jugaba con picardía, su centro de gravedad le permitía gambetear y burlar contrarios, les ganaba espacio hasta llegar al área enemiga. Luego un centro, diagonal matona o tiro letal desde sus zapatos rojos y su playera blanca con Toro bravo, resaltado en su panza. Corría a terreno contrario, podíamos verlo al cabecear, podíamos ver las gotas de sudor al volar y sin tener ojo biónico podíamos ver su cabellera rubia y nos parecía teñida con agua oxigenada; “puede ser güero natural pero lo dudamos”.
Acababan de inaugurar ese estadio, tenía menos de cinco años y todavía olía a concreto fresco, eran los tiempos de cuando dejaban entrar gratis y para los niños-adolescentes-rapaces-gandules-gandayas y vagos que éramos, no podíamos perdernos la oportunidad de ver un partido en vivo y menos dejar pasar la oportunidad de conseguir boletos para esa sede, también gratis, en los partidos del mundial México 86.
A más de treinta años de distancia, ahora me imagino que los boletos provenían de la fundación Maestro Fernando Gutiérrez, para los niños pobres y desmadrozos de barrios. Toda una generación de hombres que ahora se pueden describir con las mismas palabras de un anuncio clasificado: “limpio, discreto, serio, responsable, elegante, solitario, solvente, apasionado, generoso y sin compromisos”.
Todo lo que teníamos que hacer era jugar y andar de vagos, y nos regalaban boletos para todos lados de esa tierra plana del lago de Texcoco. Antes del mundial nunca se habían visto tantos güeros, desde los tiempos en que Hernán Cortés recorrió Neza sobre el lago cuando todo era pura agua, sin ninguna casa, desde Texcoco y en barcos que él construyó. El juego era ver pelos descoloridos, era como ver volchos rojos y cantarlos para irlos sumando, simple juego de niños.
La distancia a recorrer, desde donde vivíamos, la acomodábamos en una excursión estratégica, todo perfectamente cronometrado, en tiempos de eventos y recorrido de traslado, en lugares y sedes. Todos los lugares de la naciente ciudad en un solo recorrido o una visita diseñada a un lugar y a un sólo evento. Calles, edificios, puertas y ventanas.
Íbamos y regresábamos a nuestro barrio en la ciudad de México, a la colonia, y platicábamos con la banda de nuestros recorridos, de nuestros descubrimientos, de nuestras hazañas. Era un acto de heroísmo presumir que habíamos encontrado un cine porno y que nos dejaban entrar sin ser mayores de edad, y también a todos los de la secundaria. “el cine se llama los Patos y está en la avenida Chimalhuacán, más cerca de la Avenida Carmelo Pérez que de Sor Juana”. Así lo platicábamos en Coyoacán y en Contreras, y a la vuelta de los años, más de veinte, me di cuenta que las películas sólo eran eróticas, pero ahí vi a Sylvia Kristel en Emmanuelle, casi todas las películas de la italiana Gloria Guida y luego hasta bailaba con más gusto una rola sonidera «…039 se la llevó». También vi “El último tango en París” y alguna que otra de Brigitte Bardot, a final de cuentas al ver pelos escuchábamos otros idiomas. Eran tiempos de cuando yo andaba con Isidra la mulata y al mismo tiempo, todavía estaba enamorado de una imagen, de la playmate Patti McGuire. En esos mismos tiempos todavía existía el Toreo La Aurora y para entonces ya conocía la infidelidad, la antiinfidelidad y la contrainfidelidad. «Je T’Aime… Moi Non Plus» que en español más o menos significa “Te amo... Yo tampoco”.
Todavía no perdía la inocencia a pesar que ya había comulgado ostias rosadas, y que ya jugaba con los pétalos de la flor de fuego, con su cáliz. Sabía una que otra palabra de otro idioma y una que otra de ciencias sociales, pero no sabía nada de las investigaciones políticas y sociales, ni que Wayne Cornelius anduvo en los mismos lugares estudiando el proceso de migración y urbanización. Con esa misma inocencia, desde 1990 despierto borracho todo 14 de febrero y no me lo me puedo explicar, así es el amor, el desamor y el seguir amando.
Eran muchas hazañas al punto de la fantasía, cada lugar con sus rituales políticos y sociales. Al atardecer, se llenaba la arena Netzahualcóyotl, era un galerón cuadrado con techo de lámina metálica, en dos niveles para las butacas. Recuerdo perfectamente como entraba el sol del atardecer por los ventanales en lo alto, caían los rayos solares sobre la pared contraria y debajo de esos rayos de luz y de energía, donde también estaban los reflectores, ahí aparecían los gladiadores, los enmascarados con capa y lentejuela, calzón marcado en pantalón de licra y con parches a las rodillas; los greñudos a pierna desnuda en actitud bárbara, desafiantes. Así era los rudos y los técnicos, en hombres, en mujeres y en exóticos. Aparecían por el pasillo en medio de un griterío ensordecedor, unos por el bando de los malos y otros por el bando de los buenos, ya en mano a mano, a dúo, en trío para las batallas que anunciaban relevos australianos, aparecían los réferis y había un grupo que se compactaba al ruido de una campaña, de las que anuncian al camión de la basura y eran rudos-rudos y le iban a los rudos, al llamado de esa campana de hoja de lata se le ponía fiesta y mentadas de madre al ritual de los viernes, de los domingos a las cinco de la tarde. Todos luchábamos contra el ninguneo.
Y aparecían los gigantes de casi dos metros, André, Tinieblas, los japoneses y el que tenía una M en la frente de sus mil capuchas, el de máscara amarilla con antifaz negro, el de color azul con pescadito blanco, el que tenía números, el que salía con su bata de médico y causaba miedo, y los veía pelear máscara contra máscara, máscara contra cabellera y cabellera contra cabellera, y en el ring se oían lomazos contra el triplay, el golpe contra el pecho y el volar de las botas al trepar la primera cuerda, la segunda y hasta llegar a la tercera y de ahí volar como siempre hemos soñado los niños mexicanos, en el vuelo de un segundo y luego un panzazo contra el oponente o contra el suelo, y las llaves de lucha grecorromana, el rebotar de la cabeza contra el poste, el piquete de ojos, las patadas voladoras y llave con las piernas al cuello del contrario, y en la batalla soltaban los amarres de la máscara contraria y la gente se emocionaba. Les arrancaban la máscara a girones, se las sacaban a jalón limpio y les tapaban el rostro con una toalla, si perdían se las quitaba el referí cuando ganaba la cabellera o se imponía otra máscara, y tan fuerte era el silencio como el alarido, y en ese éxtasis brotaba la sangre, el reto, el desafío y el cinturón de campeonato; pero además vi a las luchadoras, con la misma técnica, con la misma entrega y con la misma respuesta del público. Y vi aparecer nuevas capuchas en la arena y también rostros bajo los trapos sagrados. Todavía no aparecían los bandos del Eseene ni Deo, y era emocionante ver el castigo cuando agarraban a alguien en la esquina, era como el trabajador que salía de madrugada o llegaba a media noche y le salía una pandilla, se me hace que por eso se enojaban los fierreros, los carpinteros de obra negra y ebanistas, el plomero de cuando juntaban tubos de fierro forjado a puro plomo fundido, herreros, del aguador que era sagrado; costureras, meseras de restaurante y de otros lugares que sólo conocíamos de oídas, pero también del carterista, del ratero, del mariguano y pandillero. Había una luchadora también letal y que al pasar de los años se hizo religiosa, ya nada quiere saber de santos ni de demonios, pero se llama Vicky Williams.
Recuerdo una lucha de tres contra tres, unos con máscaras completas y tres enmascarados con la barbilla descubierta, con una X sobre trapo, del bigote, sobre la nariz, por en medio de los ojos, y en algo los relacionaban con la pantera rosa, se decían villanos.
En otra lucha aparecieron otros tres, uno de ellos con botas peludas de perro y nunca me imaginé que algún día se convertirían en moda femenina, y luchaban contra unos exóticos; Bello, Hermoso y el de nombre Adrián. Y si el público aplaudía cuando la agresión llevaba técnica o era espectacular, gritaban a rabiar cuando los exóticos tenían al retador a punto de golpe y le daban un beso. El público gritaba hasta desgañitarse y en la calle seguían vendiendo las capuchas de los héroes, y los camiones urbanos se llenaban a reventar para llevar gente para todos lados.
Luego el juego seguía, también de a cabellera, volcho rojo, cabeza güera, y otro boleto. Durante el mundial de futbol algunas personas vieron a Rod Stewart y Maradona, juntos o por separado, pero en el mismo estadio donde vi al “Piojo Herrera”.
 
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