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Palos de Ciego
Por Diego Moreno
Cuando murió la viuda de Martin Luther King en una clínica de Playas de Rosarito, Baja California, hubo más revuelo en los medios mexicanos que en sus homólogos norteamericanos. Mientras los gringos tomaban nota, los nuestros chupaban ansiosamente del popote de la notoriedad. Estaban ante la oportunidad única que sus nombres aparecieran en noticias internacionales. No encontraron nada. Terminaron cuestionando a la autoridad municipal el porqué la clínica contaba con playa privada, lo cual no correspondía a la realidad. ¿Búsqueda de información objetiva? Polvo, puro polvo.
Cuando Aburto asesinó a Colosio, los medios norteamericanos tomaban nota, y los nuestros inhalaban demencia hablando de conspiración desde Los Pinos, asegurando ser una maquinación encendida por el discurso temerario del candidato presidencial. Las evidencias presentadas durante el juicio confirmaron que Aburto actuó solo, sin embargo, el tema aun es un recurso entre algunos medios urgidos de publicidad. Es que las malas noticias son buenas noticias. El rating mama de ello. Un medio desesperado va a todas.
De la enriquecedora enseñanza adquirida durante mi tiempo en cargos públicos vinculados con la planeación urbana destaco haber aprendido, entre muchas otros temas surrealistas en los que Kafka resulta ser un imberbe principiante, que en nuestro país las palabras “planeación”,“estadística”,“organización”, “control”, “seguimiento”, “cambio” “Prevensión” son meras divagaciones metafísicas. Paralelo a ello comprendí que vivimos en un entorno subjetivo, no objetivo. Me quedó claro el simbolismo profundo que entraña la vieja piñata mexicana hecha de barro en la que quien la rompe no recoge nada excepto salir con las rodillas sangrantes. En este sentido, obras como “El gesticulador” de Rodolfo Usigli, “El laberinto de la soledad” de Octavio Paz, “Los relámpagos de agosto” de Jorge Ibarguengoitia y “Macario” de Bruno Traven son confesiones del espíritu nacional. Retratos de nuestra raza.
Cuando observo los palos de ciego a la moderna piñata nacional amasada con el barro de la Influenza puedo imaginar sin dificultad las correspondientes piñatas de las guerras de Independencia, Reforma y Revolución. Igual la guerra Cristera. Irrupciones telúricas, sin plan, reactivas, ciegas, impredecibles. Manipuladas. Es cuando trato de descifrar, una vez más, el lema de la UNAM, “Por mi raza hablará el espíritu”.
En consonancia orgánica con lo anterior, un peligroso asunto de salud pública en riesgo de convertirse en peste, arroja a los medios de comunicación a la rebatiña por los dulces –el rating-, pone al gobierno a dar palos de ciego confirmando con ello a los hijos de la Malinche como hijos de la chingada y exhibe a publicitados políticos interesados solo en promociones electoreras. El periodista hace preguntas profusas, confusas y difusas, y el funcionario responde contra la pared mientras que el empleado público es obligado a usar tapabocas disfrazándose de contagiado. ¿Y el pueblo? ¿Importa realmente el pueblo? Ese que juegue con la muerte, con Doña Catrina, la creación de José Guadalupe Posada.
Ninguna acción pública nacional derivada de las políticas de los poderes constitucionales de la federación, de los estados o de los municipios tiene visión a largo plazo, ni rumbo, ni está sostenida en estadísticas confiables ni cuenta con organización ni instrumentos de control y administración preventiva sostenida. Ninguna. Puros acelerones. Somos buenos en eso. Sospecho que está contenido en el genoma de la raza por la cual hablará no sé cual espíritu, pero sin duda, uno especializado en improvisaciones. Empiezo a entender el verdadero significado del lema de José Vasconcelos.
México no es un estado político, es un estado de ánimo. Es lo surrealista de este país: lo construimos y lo destruimos todos los días. Que no quede nada para mañana. Cero.
La Influenza nos pescó como la policía a “El tigre de Santa Julia”: evacuando, deponiendo, obrando, haciendo, excretando, defecando. Cagando. Usted escoja la que menos ofenda a sus ojitos, las otras, sálteselas, por favor.
“En este país no pasa nada, y si pasa, de todas maneras, no pasa nada” decía un político de la era hermética de los gobiernos revolucionarios. Obvio: no podía pasar algo donde no existía un proyecto de nación, apenas de acarreados. ¿Entonces, qué es lo que ahora nos pasa? ¿Será que ya lo tenemos, que ya sabemos hacia dónde vamos? ¿Los poderes aztecas agarraron la onda? ¿Tenemos, finalmente, rumbo como nación?
Pienso que la respuesta está en que ya no vivimos viéndonos el ombligo en “el laberinto de nuestra soledad”: estamos globalizados, lo que significa estar expuesto al mundo exterior. De afuera nos vinieron a decir que nos habíamos convertido en exportadores de un producto no bienvenido en otros países. Nos indiciaron y nos obligaron a darle a la piñata en lo oscuro. Veremos como nos va con los pedazos del barro quebrado.
Alguien saldrá con las rodillas peladas y otro alguien se quedará con los dulces. De hecho, ya lo está haciendo. Fascinante.